CREEMOS
EN EL DIOS DE LA VIDA
Lo reafirmamos cuando el tiempo nos sonríe y cuando los
nubarrones nos cierran el horizonte. Nos
acaba de ocurrir esta semana: dos misioneros se nos han ido dejándonos
destrozados.
Uno en el tajo, en
Mozambique, fulminado por un derrame cerebral que lo dejó unos días
inconsciente, para no recuperarse más.
Fue Pepe Casas (68), natural de Aspariegos, Zamora.
El otro Antonio
López (77), quien recibió a la muerte de
frente, en su propia casa, en Pozo Cañada, Albacete, con una serenidad y una
entereza como para quitarse el sombrero.
Acabo de participar ayer y hoy en dos funerales por ambos
en sus propios pueblos natales y presididos por los respectivos obispos. El
cerrado aplauso que resonó en ambos templos fue la rúbrica a un bien merecido
homenaje a esos dos gigantes que se agrandaron desde el compromiso sencillo y
generoso de toda una vida entregada a los demás.
Considero una gracia el haber participado en ambas
celebraciones. Los dos obispos destacaron, con sentidas palabras, la calidad
humana y cristiana de ambos y la presencia de todos nosotros lo ratificaba.
Eran dos buenos amigos. Antonio, compañero en Perú, me
fortaleció hace menos de tres semanas cuando lo visité la víspera de
confirmarse su diagnóstico de cáncer con metástasis. Él siempre tan afectivo y
apasionado, aceptando el final de su carrera acá en medio de los suyos y
agradeciendo las visitas de los amigos (recibió muchas, por cierto). Con Pepe
disfruté en Mozambique, en Febrero, visitando sus comunidades de la Parroquia
de Taninga (diócesis de Maputo) y participando en una larga y bien compartida
celebración, el miércoles de Ceniza, con la comunidad de Palmeiras.
Desde la fe nos ratificamos en las palabras del canto en
ambas misas: “Tu nos dijiste que la
muerte no es el final del camino, que aunque morimos no somos, carne de un
ciego destino. Tu nos hiciste, tuyos, somos, nuestro destino es vivir…”. Pepe
no tuvo oportunidad de elegir; Antonio sí que eligió ese y otros cantos para su
funeral (¡increible!) Nosotros nos
ratificamos con él. Y yo recordé, además, el estribillo de una cantata a los
mártires en el Perú: “Han dado la vida
por su pueblo y están en medio de nosotros”. Así lo creemos y así lo
proclamamos, porque creemos en un Dios de vivos, no de muertos.
José
Mª Rojo
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